Podría escribir un buen rato sobre los detalles clave en la evolución de nuestra relación a lo largo de todo este tiempo.
Y sin embargo, no serviría de nada.
A ti no te interesa. Y a mi puede llegar a aburrirme.
Hemos llegado al límite, el indeseado muro que nos gustaría que no existiese pero que es casi más real que nuestra propia vida.
Ahí está. Firme, impenetrable y enormemente grande. Al menos así se ve cuando lo miras muy de cerca.
Quizás en la distancia no sea más que un inapreciable y trivial punto en un infinito y bello horizonte.
Hemos combatido como enemigos en la misma guerra, y sin embargo los dos somos perdedores. Jamás te he cedido el territorio que querías conquistar y tú no me has dejado llegar a mi objetivo. Ninguno de los dos ha conseguido lo que quería. Y ambos hemos dejado ya de luchar.
¿Estamos en paz o es una tregua infinita?
Los dos estamos en tierra firme, aunque la barca de nuestra relación navega a la deriva. Nunca quisimos tomar el mismo rumbo.
A lo lejos vemos humear la última hoguera que hace horas se apagó. Sólo queda humo. Y después del humo, nada.
Ojalá que este estado de aparente paz nos dejé construir una amistad con más firmeza y altura que la del muro que nos diferencia.