El sabádo B nos invitó a cenar a A y a mi.
A y yo hacía tiempo que no nos veíamos, como cada vez que nos reunimos fuimos a merendar a Serrano. Entre comida y cigarros profundizamos filosóficamente en algunos temas complicados.
Conluimos, con la ayuda de D que días antes también había tratado el tema conmigo y cuyas conclusiones y razonamientos sacamos entonces a relucir, que nadie se planteaba la existencia de los unicornios, sencillamente porque no existen. Nadie defiende que existan o no.
Sin embargo la existencia de Dios es negada fuertemente por aquellos que dicen que es un invento de la mente humana.
B nos escuchaba con una mueca simpática y divertida. Disfrutaba de lo absurdo y esencial de nuestros razonamientos.
B nos dijo que aquello tenía una fácil explicación. Nadie insiste en negar la existencia de los unicornios porque estos no molestan a nadie. La existencia de Dios si que molesta.
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