diferencias

Siempre es la misma película pero nunca repite argumento. En los detalles más insignificantes puede apreciarse la vital diferencia.
Siempre sonríe cuando toca llorar y llora cuando ríen. La misma película y sin embargo, argumentos contrapuestos. Algo absurdos, algo ciertos. Y siempre visiblemente opuestos.

Las ideas vuelan y tú atrapas las que puedes. Y yo, las que quiero. Porque quiero contártelo una vez más. Porque sé que sabrás escuchar.
Y tú lo haces porque te obliga tu naturaleza, porque no puedes pedir más.

Y los dos sonreímos a ese viento que mueve en la atmósfera las ideas que atrapamos al vuelo y que luego siempre transmitimos con aparente sinceridad. Sin saber muy bien qué dirán. Tú siempre esperas mi respuesta sincera y yo tus palabras que, casi siempre, aciertan.

Y si no lo conseguimos volveremos a empezar. Porque siempre volvemos al cero. Siempre volvemos al inicio cuando toca terminar.

Siempre el mismo final aunque tenga diferente comienzo.
Siempre la rueda girando sobre su eje. Siempre dándonos una segunda oportunidad.

Pero no importa. Valorando las palabras todo lo demás da igual. No importa el espacio que nos separe. Tampoco el tiempo que dista tu vida de la mía. Menor importancia tienen las diferencias ideológicas, sociales, educativas y, me atrevo a decir que, culturales. Poco.

Poco importan. Y sin embargo es una diferencia tan vital aunque en apariencia tan sutil. Y en cada frase, en cada texto, en cada una de las pinceladas, también en el enfoque y el color se reflejan estos hechos. Cada palabra del texto relata los orígenes, las diferencias y la disparidad de los contextos en los que se basa, a los que refiere, los que imagina y también los que quiere.

Todos los demás no verán más que tristeza en mis palabras. Imagino las reacciones de los que no comprenden a que me refiero, de que hablo o que es lo que quiero.
Y tú sonreirás porque sabrás que he comprendido algo más. Porque aún me queda mucho viaje por disfrutar.

Porque no deja de sorprenderte que entre tanta diferencia nos encontremos buscando la misma verdad.

Te odié

Cuando me di cuenta realmente, te odié. Te odié profundamente. Odié tu fría personalidad y todo tu inexistente ambiente. Tu mundanal miseria trazada alrededor de tu ego. Odié también tus sonrisas, tus palabras bonitas y el que me gustase tanto quererte.
Odié todo por lo que pasé y también lo que quedó sin hacer. Tus miradas tranquilas, tu pesimismo innato. Todo eso que cargaste sobre mi mochila, que cada día hacía más costosa la marcha.
Odié esa pasividad. El control de la situación. Tu manera de ampliar tu libertad mientras la mía se iba recortando por momentos. Odie tu forma de mirarte, de enfocar la vida siempre a tu favor. De que cada uno de tus actos tuviesen comienzo y final en ti mismo.
Odié tu manera de despreciar todo lo diferente. Tu manera de aniquilar ideales más nobles que los tuyos. Tu manera de aprovechar el dominio para arrasar con todo lo que no te interesaba escuchar.
Odié todo y sin embargo me pareció imposible de olvidar. Imposible arrancar cada recuerdo y cada conversación de ese maldito lugar de la memoria donde se habían grabado a fuego, de ese maldito lugar del corazón en donde habían llegado ya muy hondo.

Y hoy ya no odio nada de tu persona, nada de aquello que pudo ser y no fue. Agradezco que no fuera. Que no existiera nada más, pues lo que pasó fue suficiente para marcar a un corazón.

Bah! Ahora que lo pienso tampoco fue odio. Quizás sea una palabra demasiado fuerte, quizás el odio fue de una etapa anterior ya olvidada. Quizás fue solo una visión algo más real. Un cansancio en un incansable. Una caída por peso propio. Un suspiro entre tanta lágrima.
Pero no te engañes, no vale tanto todo esto. No hubo cansancio, ni caída, ni suspiro. Y por supuesto, ninguna lágrima.
Solo un par de papeles rotos y otro par de documentos sin entregar. Y una conversación de chat que lo dice todo. Y el otro que habla claro, y que afirma que él está. Está de verdad.

Y después, el maldito silencio. Algo sobrio, algo vulgar. Y por hoy, nada más.

No hay odio. Ni rencor. Simplemente no se puede. Tiramos demasiado fuerte en sentidos contrarios y la cuerda se rompió.

No te desprecio. Simplemente, no puedo. No debo. Y no lo entiendes. Y tampoco pretendo que lo hagas. Y no comprendes lo que te digo y perdóname si es que, de verdad, no me explico.
No me quedan más palabras. Ni tampoco más silencios.
Solo quiero vivir un tiempo. Algo que merezca la pena. Algo un poco más atento y más sincero. Algo más contenta.
Y lo siento, de verdad lo siento.
Ahora que volvemos a tenernos y decididamente te pierdo.
Y no lo entiendes. Y te aseguro que por mi parte ha habido un gran esfuerzo. Y que solo antes de morir, te dejo.
Tu mundo está muy lejos. Y no puedo. No llego. Tampoco quiero.

Me ha desecho el camino, el caminar. Y aún no he llegado a tu puerto. Imagina si llegase. Imagina si te alcanzo.

Perdóname si no puedo. Quizás algún día lo entiendas, quizás cuando tengas menos ego.
Que no es orgullo ni apatía, que tampoco se trata de floja cobardía.
Lo que pasa es que soy de esos, de los que no somos de hierro y no podemos cruzar esa línea que trasforma nuestra vida en un infierno.

Y además él me quiere de verdad. Y me dice que no siga, que me mire, que ya no puedo más. Que si sigo por ahí me pierdo. Y, lo siento, pero él me quiere mucho más.

Hasta siempre compañero. Hasta siempre viejo amigo.

Da igual

De cada una de tus palabras haré un texto.

Iré despedazando las letras, exprimiéndolas para que queden reducidas a polvo, desechas. Para obtener de cada una de ellas su esencia, su interior más puro. Su verdadera naturaleza.
Y así conseguiré encontrar el hilo conductor que me llevará directamente al centro del ovillo.
Y así conseguir deshacer toda esa maraña de pensamientos, sentimientos e ideas que decidiste mezclar en ese párrafo final.

Y después te lo mostraré. Y no sabrás muy bien por qué pero te gustará. Y será porque tu subconsciente lo reconocerá como propio. Y te identificarás. Y te sentirás reflejado, como si de un espejo se tratase.

Y eso será porque este texto procede de cada una de tus palabras escritas en ese último párrafo.

Y después lo conseguiré.

Conseguiré que no seas para mi más que un montón de textos inacabados. Textos con verdades reveladoras.
Frases escritas específicamente para cada uno de los momentos. Para todo tipo de acompañantes. Para tu inspiración y mi necesidad de hacerlo.

Y entonces me importará muy poco cuantos lean. Cuantos digan lo bien que hacemos esto, y que es mejor cuando va lento. Cuando es con tiempo. Y cuando va acompañado de dolor y sufrimiento.

¡Qué dulce contradicción! Que los mejores textos sean aquellos que están escritos desde el más profundo dolor. Que las mejores partes escritas por mi son las que no comprendo ni yo.

Un montón de ideas en la mente que aún no sabemos si conseguiremos expresar, comunicar, decir o adivinar.

No hay quien entienda lo que dice. No hay quien sepa a que se refiere. Solo indagando en lo más profundo, solo escalando a lo más alto conseguiremos encontrar un atisbo de realidad en sus palabras. De una realidad que nunca habíamos conocido, que ni siquiera nos habíamos planteado pero que cuando comprendemos y analizamos nos resulta siempre vulgarmente familiar.

Es cuando lo comprendes de verdad, cuando analizas lo de detrás. Lo del fondo. Lo oculto. Es entonces cuando te das cuenta de esa realidad. E intentas comunicársela a los demás.
Lo intentas una vez. Y otra vez más.
Pero no consigues lo que quieres, no lo entiendes. Ellos no lo ven. No lo comprenden.
Pero tranquilo, yo te entiendo. Sé lo que dices. Es difícil comprenderte pero es que yo he visto mucho más. Y sé lo que sientes.

Pero no importa ya. Tú escribe. Todo lo demás da igual.