Así de fácil


Me encantaría escribir bien. Poder expresar con total claridad lo que dice mi consciente. E intentar conocer un poco más a mi subconsciente.

También me gustaría cantar bien. Para poder cantar el cumpleaños feliz sin que Gonzalo y María se rían de mí.


Que la mejor madre del mundo no estuviese a 600 km de distancia.


Me encantaría que se cumpliesen todos mis sueños. Menos uno. Menos el último. Y ese tenerlo siempre presente y que al final comprendiese que, aún sin cumplirlo, fui una persona feliz.

Me encantaría no dejar nunca de estar alegre.

Y que aunque ya te hayas ido nunca me olvide de ti.

Me encantaría que me separasen menos kilómetros de las rías gallegas. Y de su gente.

Me encantaría que Zeta y yo llegásemos a conquistar el mundo entero. Fue lo que él se propuso al comenzar el año nuevo. Que de Quito pasemos a Jamaica. De Jamaica a Nueva York. Y después recorramos la India, la China y también London.

Y también seguir aprendiendo siempre. Y creciendo.

Que me diesen una lista de libros que seguro me van a gustar. Y leérmelos. Y subrayarlos. Y releerlos una vez más.

Vivir hasta la vejez. Sin dejar de sonreír.

Y visitar New York al menos una vez.

Me encantaría seguir teniendo buena suerte. Y que no dejasen de pasarme cosas curiosas y graciosas.

Y tener cada día un poco más de fe.

Me encantaría encontrarte y construir juntos algo grande.


fotografía en:(www.tadega.net/Fotos/d/296-1/facil.jpg)

Conclusión mental nº 25: Un poco de nieve. Un poco de sol.


Comienzo del año 2010. La nieve cubre toda la ciudad de Madrid. El paisaje combina el verde de los árboles y el blanco puro de una nieve aún virgen.

Salgo temprano.
Y hoy, después de todo y después de nada, me permito soñar. Viajar en el tiempo y en el espacio. Imaginar. Disfrutar por caminos imaginarios, por situaciones irreales que me permiten avanzar. Me permito soñar sabiendo que es el primer paso para luego edificar, construir y ganar.

La nieve virgen bajo mis pies, cruje mientras la piso. El cuerpo se hunde sobre una capa de nieve aún intacta y fría. Húmeda. Miro atrás y cada una de las pisadas quedan grabadas en la nieve. Dejando constancia de un camino recorrido.

Sigo caminando. El sol aparece tímidamente entre los edificios, aún sin vida, del oeste de la ciudad. Todo está en calma. La nieve blanca quita el protagonismo a los verdes paisajes naturales. O también aumenta la belleza con el cambio tan radical de colores.

Todo está en calma. Y yo también. Disfruto de uno de esos momentos en los que me parece que estoy en absoluta armonía con la naturaleza. Como si todo el planeta tuviese un pulso de respiración unitario. Y lo vivo intensamente. Y doy gracias por tenerlo y también por saber que lo tengo.

La calma me lleva a la paz. Una tranquilidad dinámica y alegre de quien reconoce las señales y sabe que está en el buen camino. Una tranquilidad de quien se abandona a su Suerte sabiendo que, después de lo que ha pasado, lo que pase ahora también pasará por algo.

Y una vez más vuelvo a disfrutar.
A disfrutar de los pequeños detalles que ofrece el dinamismo de los altibajos vitales. A disfrutar de esas pequeñas tonterías que hacen que sonriamos cada día.
Y así, en lo sencillo, seguir viviendo de verdad.