Conclusión mental nº 42: Con lo que me quedo



Sin dudarlo me quedo con los pequeños detalles.

Me quedo con momentos pequeños que han llenado de vida el tiempo. Si tuviera que escoger me quedo con todo lo que recuerdo, con lo que he olvidado, con lo que quiero contarte y con lo que esta vez me he callado.

Me quedo con aquel día lluvioso de diciembre cuando caminando por el paseo marítimo coruñés, mientras el viento azotaba mi cara y el mar rugía de fondo, una madre explicaba a su hijo, con un suave acento coruñés, para que servía un ancla. Y lo hacía con todo el cariño. Y mientras el olor a salitre nos inundaba a todos. Sin saberlo, nos unía.

También me quedo con aquella tarde de junio, con su calor y todo lo que nos reímos. Nos reímos como se ríen las amigas de verdad en tardes con agobios muy intensos y calor sofocante. Como se ríe la gente cuando se encuentra en el límite de la desesperación pasajera, donde siempre hay cabida para lo cómico.

Me quedo con aquellos momentos encerrados en el ascensor. Y las reacciones tan diversos y volátiles de cada uno de los que estábamos dentro.

Me quedo con su marcha. Y el alivió que sentí cuando me liberé de su presión. Y me quedo con su vuelta y la alegría de escuchar de nuevo su voz.

Me quedo con aquella mañana fría de invierno cuando pisé la nieve virgen. Y también con aquella tarde cuando abrimos la pesada puerta negra y el otoño nos recibió con sus hojas en los suelos, con sus atardeceres, con su color. Y supimos disfrutarlo.

También me quedo con ese encuentro inesperado. En el metro.

Y con las amistades que han nacido este año. También con las que conservo y con las que hemos recuperado.

Me quedo con un reencuentro al año. El de diciembre. El de siempre. Y con volver a la ciudad donde nadie es forastero.

Me quedo con el último disco de Pereza. Con los versos que me escribiste y no entendí hasta un año después. Con aquel libro que me prestaron hace un par de semanas y que consiguió enfadarme, alegrarme, hacerme llorar y pensar al mismo tiempo. Me quedo con aquel regalo inesperado. Y con un poco de dinero más para llegar a fin de mes.

Me quedo con la sonrisa y el optimismo de M. Y la mirada de aquel moreno siempre alegre. Con la voz de aquel pitufo. Y las locuras de aquel artista despeinado que siempre lucha por los de lejos.
Y por supuesto con cada uno de nuestros blogs y sus blogueros.

Y me quedo con todo aquello que hoy no te cuento.

La vuelta con todas sus buenas consecuencias


"No quiero necesitarte...porque no puedo tenerte."

Lejos del mar ella soñó con volver a soñar. Imaginó de nuevo una sonrisa tranquila. Imaginó también que volvía a empezar. Y sin darse apenas cuenta, lo hacía. Volvía a la lucha, tras remontar.


Recordaba bien aquella caída. Y el tiempo que permaneció tirada. Cada uno de los rasguños, de las heridas. Lo duro de la retirada. Recordaba bien como se levantó dolorida, como limpió el polvo de sus rodillas y quien le desinfectó las heridas. Y no lo olvidaría jamás. También ocurrió aquello lejos del mar.




Ahora volvía a su tierra salina, al rugir de las olas y a las tempestades del mar. Ahora volvía a esas tierras húmedas donde siempre hay espacio, y hay tiempo, para volver a empezar.


Le atemorizaba el miedo que había sentido recientemente cuando había estado a punto de volver a tropezar, con las misma piedra con distinta forma, en circunstancias semejantes. Y de nuevo lejos del mar. Había sido un miedo frío. Como el que se siente cuando uno descubre un pequeño detalle, clave de un gran crimen.


Volvía a la tierra del mar. En cuanto ponía un pie ahí todo cambiaba. Como si aquel lugar fuese especial y abarcase una dimensión desconocida, aún por descubrir. En aquellas tierras todo era diferente.

No sólo la gente cercana, las formas suaves, las conversaciones tranquilas, el acento gallego, la naturaleza salvaje o el ambiente marinero y elegante.



Sino algo más. Había allí un optimismo innato, impregnado en lo profundo de corazones que luchan durante generaciones contra las adversidades del espacio y del tiempo. Adversidades que les separan largas distancias del resto de poblaciones. Se respiraba en el ambiente esa suavidad climática, consecuencia de la presencia del mar. Una suavidad que estaba dentro de cada uno de los espíritus optimistas que cada mañana luchaban con dignidad.


Ella volvía. Y sabía que allí todo cambiaría. Como el que vuelve a su hogar después de pasar largas temporadas lejos, y sabe que allí, con el cariño y el calor de los suyos los problemas se olvidan. Y si se recuerdan se hace de una manera lejana y vacía, siempre muy optimista. Reduciendo las grandes desgracias a pequeños problemas que no tiene demasiada importancia pensar.


Una vez más volvía con los suyos, y todo lo demás podía esperar. Ahora tocaba disfrutar de verdad.

Somos así

-Dime un tema concreto sobre el que puedo escribir.
-Lo mucho que nos preocupamos por algunas tonterías y lo poco que nos preocupamos por otras cosas de mayor importancia.



La idea está en mi mente. Pero no sé como explicártelo. Escribo. Lo borro. Vuelvo a empezar. Releo tu mensaje. Tu tema. Tu contestación cuando te pedí que me dijeses un tema concreto para escribir. Tengo la idea, pero no sé como contártela.


Quizás debería intentar explicarme explicándote que pienso que lo que nos pasa no está nada mal. Nos preocupamos por las tonterías porque es nuestra manera de vivir. Nos gusta vivir en los pequeños detalles de cada día. Conseguimos intensificar y eternizar instantes que, muchas veces, no duran más que unos segundos. No gusta lo pequeño, lo corriente. Como el 4 convertido en 100. Como la coincidencia con las zetas de mi calle y el número de mi portal. Nos gusta que se confundan nuestros nombres en el Starbucks. Vivimos en lo pequeño. También cuando sufrimos. Hoy es un problema. Y mañana ya no está. Nos preocupamos de esas cosas que sabemos que no tienen importancia. Nos la contamos. Las olvidamos y ya está. Volvemos a disfrutar.


O quizás debería empezar por contarte que, sin ningún orgullo ni vanidad, pienso que es una manera más inteligente de disfrutar. Preocupándonos de lo pequeño, que sabemos que mañana pasará. Que lo olvidaremos para no preocuparnos más. Hoy te lo cuento. Porque lo pienso. Pero mañana ya no hace falta que lo hablemos. Ya pasó. Ya está. Sin ganas de sufrir más, de preocuparnos por cosas que nos preocuparían de verdad.


Quizás sea sólo, y una vez más, que somos así. Que tenemos muchas ganas de disfrutar.

Conclusión mental nº 19: Siempre

Desde hoy hasta siempre.

Siempre. ¿Quién se invento esa maldita palabra? ¿Quién dio licencia para utilizarla?

Lo hizo alguien que, como tú cuando la pronunciaste, se equivocaba. O quizás cuando la dijiste acertabas.
Pero no matizaste tu siempre. No le pusiste adjetivos. Lo dejaste volar. Lo soltaste muy cerca de mí para que entrase en mi mente.
¡Qué fácil entrar y qué difícil salir! Los siempres salen muy pocas veces, cuando lo hacen es difícil que entre el siguiente.
Tú lo sabías. Y así lo querías. Así que no hables de dejarse llevar ni de errores inconscientes.
Lo sabías antes de decirlo. Y después. Lo supiste siempre. Y por eso lo hiciste.

Y yo aprendí lo difícil que es olvidarse de un siempre, para siempre.