El Bucle Infinito.

Lo pensé dos veces. Y me di cuenta que jamás podría describirte como me sentí cuando leí aquello. Ni siquiera consultando al más experto de los filólogos conseguiría encontrar la palabra que define aquel estado.

Quizás una mezcla entre indiferencia y máximo interés. Explosionando juntos, como si fuesen dos gotas formando parte de la misma ola. Una gota flota y la otra se ahoga. Lo que nunca lograré averiguar es si la indiferencia flota o es la que se ahoga.

A veces la vida se presenta como un bucle infinito, en el que nunca dejamos de conocernos. Y hay momentos en los que parece que volvemos a empezar. Y nos alteramos, sorprendidos por haber descubierto la punta de un iceberg de una personalidad que creíamos ampliamente conocida.

Llorar de alegría.

Teníamos los días contados en un periodo de tiempo infinito.
Esa terrible sensación de que se acaba el tiempo cuando apenas ha empezado. No podemos controlarlo, ni alcanzarlo.
Cuando el tiempo corre, siempre es el más rápido.

Él no sabía muy bien lo que quería ni lo que tenían.
Yo estaba en una situación peor; lo tenía muy claro.
Y estaba cansada. Demasiadas aproximaciones.
Juntos íbamos más despacio. A mí me gusta la sensación de velocidad.

Días de sol de primavera combinados con recuerdos invernales.
Ojalá sepamos siempre volver a empezar. Es una garantía. Pero no una seguridad.

“Sólo lo imposible dura siempre.”
Ojalá lo infinito sea posible y real.

El sábado el cielo nos mostró la luna más grande de los últimos veinte años. Y me da la sensación de que no fuimos capaces de apreciarla por toda esa gente que se la perdió.
No sé si es beneficioso ser tan lunáticos.
Y me acosté pensando que algún día mi vida cambiaría ligeramente y sería capaz de llorar de alegría.

El vuelo del colibrí

Pereza de pensamientos. Ideas vagas. O, más bien, vagas ideas. Matices inapreciables.
Y,sin embargo, nosotros somos absolutamente conscientes de cada palabra y de cada gesto instantáneo.

Y la pregunta sin respuesta; y ahora, ¿qué?

Decir eso es decirlo todo. Y a la vez no decir nada. Al fin resulta que es verdad que todo y nada es lo mismo. Pero no siempre.

Situaciones agradables. No me da la gana de cambiar. No te cansas. Y a mí me gusta. Aún no sé muy bien que me gusta. Bueno, lo sé, pero no lo quiero reconocer.
Porque si lo hago…
Prefiero no hacerlo.

Pasa el tiempo. Y es el propio tiempo el que desvanece las esperanzas vacías de contenido. Pero llenas de razones.
Y es el propio tiempo el que me enseña lo que el primer día me ocultó.

Esta canción ahora. La situación. La conversación del otro día. Las confesiones. Los hechos. Perdón, los Hechos.

A lo mejor sólo estamos dando vueltas en una espiral en la que nos hemos encontrado. Girando en la misma dirección pero cada uno en un sentido. Contrarios.
Tú en un tiempo anterior. Yo en otro más moderno.

Los dos encantados.

Tenemos miedo.

Tú por lo que has vivido. Lo que has sufrido. Ha sido como un bombazo que te ha dejado desorientado. Ojalá fueses capaz de pensar con más claridad. Y, sin embargo, estoy segura de que lo conseguirás.
Yo por haber vivido lo mío.

Conocer tu dolor me hace querer cuidarte, abrazarte.
Conocer el mío te hace protegerme, como si fuese demasiado joven para vivir.

No quiero más. Tampoco menos. Así está bien. Está genial.
Ojalá dure así un tiempo.
Tiempo suficiente como para poder conocernos algo más. Y disfrutarlo.
Pero no demasiado como para tener que echarte de menos con sufrimiento.

Eres cuki. Bueno, creo que eso ya te lo he dicho…
Hay abrazos que no deberían estar a kilómetros de distancia.