Simulacro real


Vuelvo a tu mente. Vuelven tus palabras.
Me invaden.
Mi espacio y mi tiempo se fusionan en una misma dimensión que, en un instante infinitamente corto, comparto contigo. Y que nos mantiene más próximos que cien años de compañía.

Jamás dejarás de sorprenderme. Y nunca tendré la satisfacción de haber escrito suficiente sobre ello, de haber pensado suficiente en tus palabras y de haber comprendido ese fenómeno extrañamente excitante que para mi sólo lleva tu nombre.

Déjame entrar en tu mente. Pasear entre tus neuronas para disfrutar de tus sinapsis, analizar la longitud y forma de tus axones, la mielinización de tus oligodendrocitos, las numerosas dendritas que contienen tus somas. Déjame sentir tus pensamientos, perderme entre la maraña confusa de ideas y hechos, de sentimientos, experiencias y aprendizajes que dan forma a tu mente. Déjame recorrer tu memoria y sentir sus olores y colores, sus formas.

Y así, intentar, al menos, comprender la primera de tus infinitas palabras.
Intentar, al menos, comprender el oscuro brillo de tu mirada.

En los días más extraños sigo leyéndote, y sigo deseando que estés un rato a mi lado.
Pero sólo un rato. De ti nunca quiero un siempre.

Releerte es volver. Volver al Pasado.
Mirarme al espejo para ver mi yo de hace cinco años. Aún pequeño e inexperto, voluble e incomprendido. Un yo muy juvenil e inmaduro.
Mirarme al espejo y comprender tu tú de hace cinco años. Más sombrío y confuso. Más gris. Ahora quiero a tu tú de entonces más que en aquel momento. Y lo comprendo cada vez más y cada vez menos.

Tus palabras hacen que me encuentre contigo y conmigo, en otro universo en el que somos nosotros sin ser cada uno, quizássea otra vida y otra dimensión del tiempo.

Pero, al final, sé que jamás podré perdonar que no siempre hayas sabido tratarme.
Sé que jamás dejarás de removerme, alterarme y conseguir inspirarme.
Y que jamás te haré esas dos preguntas que siempre estoy a punto de hacerte.