despedida callada

Entramos con cuidado, intentando hacer el menor ruido posible. Sin embargo, una vez más, te diste cuenta de nuestra presencia sin que nosotros te la delatásemos. Como si la vida te hubiese enseñado también a eso, a detectar las presencias calladas, como si eso también lo hubieses aprendido a lo largo del camino.Nos miraste tranquila, sonreíste. Te devolví la sonrisa. Tu mirada una vez más, sincera, tranquila, penetró en la mía y un escalofrío me recorrió el cuerpo, como si esa mirada fuese la última, como si fuese esa una advertencia final, que hablaba de un nuevo comienzo en la que tu mirada sería sustituida por tu ausencia y tu recuerdo.Nos fuimos acercando, lentamente, parecía que al hacerlo así ralentizaríamos el tiempo, queriendo detener el tiempo que se nos acababa, la vela que se consumía rápidamente, llegando ya él final de su llama.Me acerqué la primera y te besé la frente mientras apretabas fuertemente mi mano, fue un beso largo, eterno, fue el último y el primero, y los dos lo sabíamos, y lo intensificamos más que nunca. Cogiste mi mano entre las tuyas y volví a encontrarme con tu mirada, tus ojos se llenaron de lágrimas, los míos también.Ni tú ni yo estábamos preparados para aquello, ¿ quién está preparado para una despedida? Ni siquiera el que se marcha agotado. Estuvimos largo rato así, sin dejar pasar el tiempo, sin querer asumir esa realidad, sin sufrir, sin amar, o amando y sufriendo intensamente, sin palabras.

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