la mirada de la muerte

Desde aquella ventana lo contemplaba todo, como el guardián tiene un lugar privilegiado en lo alto de la torre, como el jefe situado en una posición superior, como aquel que disfruta de viajar en un coche con cristales ahumandos, en el que ves sin poder ser visto, así ella lo observaba todo desde su ventana, pero nadie la veía. Hacía años que era así, y nadie había adivinado el secreto, nadie había conseguido seguir sus pasos, eran un misterio, pero sin demasiada importancia aparente, pocos tenían tiempo para resolverlo. Así iban pasando los años, y ella desde su ventana seguía observando, cada mañana, fiel a su nombre y a sus promesas, fiel a su papel insustituible, así cada día miraba a unas cuantas personas, y en cuanto estás le miraban, entonces ya estaba todo hecho. En esa mirada inocente ya no había vuelta atrás, ya no había más palabras que retirasen los hechos, que los negasen o evitasen, devolverle la mirada a la muerte era sin duda el final, el final de un larga o corta vida, el final de un azar perfectamente calculado, el final perfecto que no podía ser otro, así era ella tan fiel con sus miradas, cada día correspondida por unos, la mayoría de ellos ancianos, que andaban ya desde hace tiempo buscando ese encuentro, esa mirada, pocos jóvenes, los que lo hacían eran jóvenes inquietos, que ella temía llevarse, o jóvenes desgraciados que buscaban ansiosos esa mirada, como solución, como final a una existencia corta y sin sentido, a una existencia a la que no supieron darle una segunda oportunidad, porque nadie quiso ayudarles, porque no se sintieron ayudados por aquellos que permanecieron fieles a su lado, porque no siempre es fácil seguir, porque a veces no mirar a la muerte, no responder a esa mirada que notamos en nuestras espaldas, en nuestra cara, a veces, cuando todo resulta demasiado complicado y no encontramos más miradas de consuelo que la de la muerte que nos anima a ir con ella, entonces respondemos, miramos, y luego morimos de nuevo.

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