llueve en madrid

Llueve en Madrid. El silencio se apodera de nuestras vidas. Un silencio tranquilo y triste que inunda el aire de una nostalgia profunda de algo que estaba y ya no nos acompaña.
La tristeza de una ausencia. Nuestro sentido sufrimiento exagerado. Lo que nos cuesta comenzar a vivir sin una persona, cuando realmente somos conscientes de las veces al día que pensamos en ella.
Lo difícil es sacar a alguien de una rutina. Mucho más fácil es irse. Desaparecer. Entonces, en una nueva rutina no notaremos tanto su ausencia. Pero continuar en lo mismo. Es lo difícil. Continuar cada mañana, pasando por los mismos lugares que tantas veces compartimos, dejar pasar los momentos que pasábamos juntos en una extraña e incomprensible soledad que no llena la presencia de ninguna persona, tantas cosas que quedan por hacer, por contar, por compartir. Llueve en Madrid. En mi alma también llueve.
Llueve tranquilo. Callado. Sin gritos. Sin lágrimas. Llueve en silencio, quizás sea este el más doloroso de los sufrimientos. El que agota al cuerpo. El que grita en el alma mientras la vida fuera continua sin descansos, alborotada, sin silencios.
Llueve tranquilo. Como aquella noche en la que la lluvia pasa tan desapercibida que es solo cuando llega el día cuando somos conscientes de los litros que han caído en silencio.
Llueve callado. No ha excusas. No hay palabras. No hay nada.
Llueve sin lágrimas. Es tan profundo el dolor que no se atreven a salir, por miedo a ser rechazadas, por miedo a sufrir. Por miedo a no poder seguir. Por miedo a no poder parar de llorar prefiere no empezar.
Llueve sin gritos. Sin protestas. Sin quejas. Sin excusas congeladas por el frío. Llueve y, ¿qué importa? Si tampoco te veré mañana.
Llueve, llueve, llueve … de la tristeza del alma sale una luz esperanzadora, que permite recuperar la paz en momentos de guerra, de lucha, una esperanza nacida de la experiencia que dice que esto también pasará, que una vez más volveremos a reír después de llorar, que da la paz que habla de que cuando uno hace lo que debe hacer, cuando uno hace las cosas bien, luego las cosas salen bien, porque recogemos lo que sembramos.
A vivir. A disfrutar. A sufrir. A reír. A llorar. A ganar. A luchar. A seguir la batalla campal.
Con la mirada puesta en el paso que toca dar. Con la belleza del camino. Con la alegría de las compañías que saben ayudar. Con tu ausencia. Con el silencio que también pasará. Con la alegría.
Escribo mientras escucho, “qué alegría más tonta” de Pereza.

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