Los Amantes del Mar

Era una noche oscura.En el exterior el viento y el frío eran los protagonistas de la más fuerte de las peleas nocturnas.Dentro nos refugiábamos nosotros, al calor de una chimenea. Aquella noche escuché una bella historia de boca y voz del más viejo y sabio de todos los hombres que he conocido.
Ayer dejó este mundo, para llevar su fuerza a un lugar mucho más lejano. Un lugar que algunos llaman cielo, paraíso, reencarnación, universo … y los más incrédulos lo llaman la nada, sin saber ninguno de ellos que todos hablan y se refieren a lo mismo. A ese lugar desconocido se marchó ayer.Al irse dejó tras de si un montón de recuerdos y de momentos que nuestras memorias jamás lograrán, ni querrán, olvidar.
Ayer se fue. Dejando dentro de nuestras almas el más profundo de los vacíos, la más silenciosas de nuestras lágrimas resbalando tristes y vagas por nuestras mejillas. Ayer nos dejó sin excusas y sin problemas, con una sonrisa en los labios para aquellos que habíamos sabido valorar su presencia y que hasta el último momento estuvimos al pie de su cama, cuidando ese cuerpo ya demasiado débil para portar un alma tan fuerte y valerosa.
Dicen que una persona no muere hasta que su memoria y su recuerdo no mueren ,que permanece viva mientras haya quien piense en ella, mientras su recuerdo y sus palabras estén presentes en este mundo débil que ha destruido ya a su cuerpo.
Por eso, para que no muera su recuerdo, para que no mueran sus palabras, para que no muera su historia reviviré, por unos momentos, las escenas vividas al calor de aquella vieja chimenea en una noche gallega de invierno.
Así empezó él aquella noche …


… “era una primavera gris de 1940.La guerra española había dejado el país destrozado, arruinado, pobre. Había asolado España entera.Las zonas republicanas sufrieron los ataques de los nacionales, que más tarde ganaron la guerra. Nuestra costa oeste se declaró, desde un principio, nacional, y la protección por parte del bando ganador hizo que la pobreza de nuestra rural comunidad no fuese mayor de la que ya era.
Yo crecía tranquilo, contento, joven y entusiasta. Entre nuestros juegos de niños eran frecuentes los términos trinchera, ataques, bombas, fugitivos, bandos enemigos y amigos, misiles, fragatas de guerra … no comprendíamos entonces el significado total de estas palabras.Jugábamos con la inocencia característica de los primeros años de vida, sin preocuparnos mucho la situación política o social en la que estábamos creciendo.

-Recuerdo que en aquel momento se levantó de aquel sillón, se acercó a la “lareira” y tras coger una cerveza Estrella Galicia continuó con su historia.-

Llegó nuestra adolescencia. Y luego, la juventud. Los mismos niños que hace unos años habíamos jugado en la calle, en la playa.Aquellos que habíamos vestido bermudas en verano e invierno.Los mismos que nos habíamos alimentado de las verduras, fruta, animales, leche y huevos que en nuestras casas, o en las vecinas, cultivaban y cuidaban nuestras madres.Niños que habíamos crecido con términos bélicos en nuestros juegos, viendo el mar y yendo en las lanchas de nuestros cansados padres a pescar a alta mar antes del amanecer.Los mismos que habíamos sufrido una triste posguerra como infancia nos encontrábamos ahora en la flor de la vida, en la juventud, cuando los bailes de los fines de semana eran el mayor acontecimiento conocido.
Recuerdo su belleza. Era sencillamente bella. Su mirada. Sus sonrisas. Recuerdo como la veía, lejana y muy familiarmente cercana al mismo tiempo, la chica que había admirado desde el comienzo de mi adolencencia, la única de todas las jóvenes con la que deseaba casarme.
Yo era de pueblo. Ella de la ciudad. Yo trabajaba desde los dieciséis años y ella estudiaba en la universidad de Santiago de Compostela, que por aquel entonces era una cuna de intelectuales donde las mujeres podían contarse con los dedos de una mano. Allí estaba ella. Y en el pueblo yo.
Soñaba con aquella mujer día y noche. Salía a los bailes cuando estaba ella. Juntos solíamos dar largos paseos a la orilla del mar, en el puerto o en la playa.Nos gustaba escaparnos de aquellas ruidosas fiestas, desaparecer en silencio, hablar, conocernos.Hablar de su vida, de la mía, de sus sueños y de los míos, que culminaban siempre en ella. No sabía que podía ver en mi una mujer tan bella, con un futuro prometedor, con carrera, con clase y con una belleza inusual que se reflejaba en su mirada.Una mirada oscura y sincera, como dice una tradicional canción de nuestra tierra: “ollos verdes son traidores, azules son mentireiros e os negros e acastañados son firmes é verdadeiros”.Así era su mirada; firme, verdadera y sincera.
El tiempo pasaba, nuestra “amistad” se consolidaba aunque pasábamos mucho tiempo separados, pues por la semana yo trabajaba y ella volvía a Compostela a continuar con sus estudios.
Pasamos un año así, sin afirmar ni negar nada entre nosotros. Sin comprometernos ni negarnos nada. Yo no me atrevía a dar ningún paso en falso, pues pensaba que para mi era inaccesible.No sabía entonces que la fuerza del amor es la que más puede, que lo puede todo cuando quiere de verdad. Vivía en la ilusión de que algún día ella dijese algo, las cosas cambiasen, el mundo girase bruscamente para que pudiese darse nuestro amor. Yo no dije nada. No me veía digno de una mujer como ella. Ella soportó mi silencio. Más tarde supe que esperó cada tarde, cada noche, cada paseo, cada momento mis palabras, mi declaración que no llegó a tiempo.
El pueblo, con su diminuto censo, comenzó a comentar aquello: la falta de vergüenza de aquel maleducado joven que no entendía que esa mujer no era para él, que era mucho más que él.
Ella, desde que frecuentaba mi compañía, tenía brillo en su mirada, como si el marinero fuerte y rubio que era yo le hubiese llenado de salitre aquellos ojos que, desde que estaban juntos, brillaban como el mar.
Un viernes no apareció. Pasó semanas sin venir, semanas que se convirtieron en meses, que llenaron años de mi vida, años robados de una juventud que no supe vivir sin ella, de una vida en la que nada tenía sentido sin esa mirada brillante de salitre.
Ni la bebida, ni el trabajo, ni el placer, ni las mujeres comprendieron nunca mi soledad.Tampoco supieron ayudarme a olvidarme de aquella mirada sincera y brillante. Solo el mar, en su soledad, comprendía lo que es ver marchar a quien se quiere de verdad.
Un día decidí coger mi lancha y navegar. Sin destino, sin rumbo, sin brújula y sin veleta. Navegar por el mar. A la deriva. Me marché. Sin dejar nada ni nadie atrás. Con una lancha vieja y roja. Con un par de remos fuertes y pesados. Alimento y abrigo para sobrevivir unos días si la naturaleza decidía que debía amainar la tempestad.
Sobreviví. Aquel viaje tuvo un destino cercano del punto de origen. Pero eso poco importó entonces.
Recuerdo una noche, tranquila, el mar estaba calmado, el cielo dejaba ver un amplio abanico de estrellas que se extendía sobre nosotros como un manto lleno de diminutos brillantes que llenan de esperaza a un alma desolada. Algo pequeño y vidrioso chocó ligeramente contra mi humilde lancha. Era una botella. Dentro su carta. Era ella. Una carta con su letra. En ella explicaba que había sido recluida en Santiago, que le habían prohibido volver a verme.Estaba obligada a casarse con un hombre de su mismo patrimonio y clase social, como si algo tuviese que ver eso con el amor. Además decía que había escapado de aquella cuidad peregrina y mágica, decía también a donde se había marchado y me explicaba que solo en el mar había encontrado consuelo, así que había decidido lanzar una botella, como en las viejas películas, para que el mar, que era el único que comprendía de verdad, me la trajese a mi.
Remé, sin descanso, día y noche hasta llegar a aquel puerto en el que decía estar ella. Durante aquella travesía marítima pensé muchas veces que el amor me había vuelto loco, que había imaginado aquello de la botella. Dudé pero no paré de remar ni un momento. La esperanza era más fuerte que la duda y la desanimación que,por momentos, me invadía.
Llegué. Y en aquel pueblo la encontré. Allí estaba ella. Su mirada renovó mi alma herida. Su presencia alejó la morriña profunda que por ella había sentido tantos años.
Aquí comenzamos a vivir, desconocidos para otro pueblo gallego y marinero. Un pueblo, que es en el que estamos ahora mismo, cercano a nuestro lugar de origen, pero por estar tan aislados puede llegar a ser el lugar más lejano. Aquí construimos una nueva vida. Nuestra vida. Nuestra familia. Vosotros. Una generación más. Los bisnietos.
En el pueblo se creó una leyenda. Esta cuenta que llegó hace años una joven hermosa y triste que solo encontraba consuelo en el mar.Él apiadado de su dolor y capturado por su belleza le regaló a un amante marinero que la quiso siempre como a la más preciada de las princesas.Por eso, desde entonces, nos llamaron Los Amantes Del Mar.”


Murió ella. Al día siguiente,ayer,murió él. Esparcimos sus cenizas por el mar.
Y en silencio, juntos y tristes navegamos a la deriva hasta el atardecer.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

EL MAR POR EL QUE DEBES NAVEGAR
PARA ENCONTRAR TU AMOR SE LLAMA
"PALABRAS".
PERO PRIMERO,
DEBES ENCONTARTE TU

Anónimo dijo...

EL MAR POR EL QUE DEBES NAVEGAR
PARA ENCONTRAR TU AMOR SE LLAMA
"PALABRAS".
PERO PRIMERO,
DEBES ENCONTRARTE TU