silencio

"Creía no sentir otra cosa que el vacío
transcurrir de los segundos."

Todos se miraron desconcertados, sin saber que decir, sin palabras, con miedo, con silencio e intensidad se miraron. Nadie sonreía, no había nadie que se escapara de aquel momento, no había nadie más tranquilo para consolar, no había palabras, un silencio profundo lo confirmaba todo, como sucede en los momentos importantes y conmovedores de la vida que van seguidos de un silencio que les da esa categoría de inolvidables, como si en el silencio sucediera que los grabamos en la mente, como si el silencio fuese ese tiempo intenso que necesitamos para asimilarlo, para asumirlo, para darle la importancia que tiene, así recibimos el momento.
Tras el mayor estruendo que jamás habíamos oído vino el silencio, como excusa, como la lucha de contrarios en la que estamos implicados, como si el silencio fuese la única forma de vivir esos momentos.
El silencio que lo invadió todo que, aunque no nos conocíamos entre nosotros, nos unió profundamente, nos marcó, un silencio difícil de olvidar, que lo diferenció de todos los silencios anteriores y posteriores, un silencio que afirmó que no había explicación para algo tan inhumano y tan inexplicable, que no había palabras de consuelo para las almas que acababan de ser destrozadas. Como si fuese en aquel momento un consuelo de Dios que condena lo sucedido.
Aquel silencio equiparable al silencio después de un parto, tras el final de los gemidos maternos, y antes de que el pequeño rompa a llorar. Un silencio tan profundo como el de un bosque tranquilo y profundo, como el de la muerte, como el silencio de un sueño mudo.
Un silencio, y después vino todo lo demás, las sirenas, las ambulancias, las muertes y las cifras, los juicios, los acusados, los actos religiosos, y los civiles, los himnos y los responsos, los ataúdes, la sangre y el dolor, pero todo vino después del silencio.