Por fin. Después de tanto tiempo ahí
estaban de nuevo.
Sus palabras, base de mi inspiración.
Destacaban claras frente a
un fondo negro, que hacía más difícil su comprensión.
Eran sus formas, el caminar de sus
versos, y el por qué de su mente. Todo.
Todo en un mismo párrafo. Sublime. Y a
su vez, escondido en el más desapercibido de todos los blogs que,
como una fina capa de la atmósfera virtual, ocupa su lugar y
cumple su función en el complejo mundo de Internet.
Sus palabras penetraron en mi mente por
una vía rápida y poco frecuentada. Llegaban directamente al
minúsculo y desconocido lugar donde se aloja la inspiración.
Un lugar más pequeño que el universo
antes de estallar. Y más desconocido que el origen del tiempo.
Directamente a la inspiración. Para
proporcionarle la energía suficiente para sobrevivir un periodo de
tiempo indeterminado, pero presumiblemente intenso.
A pesar de la evidente distancia, una
intensa y radiante luz iluminaba nuestra conexión. Las complejas
redes que nos mantienen más fuertemente unidos de lo que podemos
sospechar.
Esa parte de él que soy yo, y esa
parte de mi que lleva su nombre.
Quizás sea aquella fina cuerda que un
día temimos que se rompiera, pero que ahora estamos seguros de que
cada día brilla más.
Su presencia y sus palabras inundan mi
vida con intermitentes destellos de luz. Esos destellos son lo más
próximo a la felicidad que he experimentado a lo largo de mi
existencia.
Su mente es el único lugar del
universo donde yo aceptaría pasar un periodo de tiempo equivalente a
una eternidad.
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